Ved que congoja la mía,
ved qué queja desigual
que me aqueja,
que me crece cada día
un mal teniendo otro mal
que no me deja;
que no me deja ni me mata,
ni me libra ni me suelta,
ni me olvida;
mas de tal guisa me trata,
que la muerte anda revuelta
con mi vida.
Con mi vida no me hallo,
porque estoy ya tan usado
del morir,
que lo sufro, muero y callo,
pensando ver acabado
mi vivir;
mi vivir que presto muera,
muera porque viva yo;
y muriendo
fenezca el mal, como quiera
que jamás no feneció
yo viviendo.
Viviendo nunca podía
conocer si era vivir
yo por cierto,
sino el alma que sentía
que no pudiera sentir
siendo muerto;
muerto, pero de tal mano
que, aunque teniendo buena vida,
era razón
perderla, y estando sano
buscar alguna herida
al corazón.
Al corazón que es herido
de mil dolencias mortales,
es de excusar
pensar de verle guarido;
mas de darle otras mil tales
y acabar,
acabar porque será
menor trabajo la muerte
que tal pena,
y acabando escapará
la vida que aun era fuerte
para ajena.
Para ajena es congojosa
de verla y también de oirla
al que la tiene,
pues ved si será enojosa
al que, forzando, sufrirla
le conviene;
le conviene aunque no quiera,
pues no tiene libertad
de no querer;
y si muriere, que muera,
cuanto más que ha voluntad
de fenecer.
De fenecer he deseo
por el mucho desear
que me fatiga,
y por el daño que veo
que me sabe acrecentar
una nemiga;
una enemiga tan fuerte,
que en el arte del penar
tanto sabe,
que me da siempre la muerte
y jamás me da lugar
que me acabe.
Ya mi vida os he contado
por estos renglones tristes
que veréis,
y quedo con el cuidado
y daréis.
No os pido que me sanéis,
que, según el mal que tengo,
no es posible;
mas pido que matéis,
pues la culpa que sostengo
es tan terrible.
JORGE MANRIQUE
Poesías Completas
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