Su herida golpead de vez en cuando;
no dejadla jamás que cicatrice.
Que arroje sangre fresca su dolor
y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces
su culpa: ¡ que recuerde !
Arrojadle pellas de barro al rostro.
Si en su palabra crecen las flores nuevamente,
pisad su savia roja
hasta que nazcan lívidas, como manos de muerto.
Talad, talad: que no descuelle
su corazón de música oprimida.
Porque esa es vuestra ley, tan extraña a la mía:
si un río se alza para hablar con la luna,
ponedle un dique oscuro.
Si una estrella olvidando su distancia se mece
en los agraces labios de un muchacho,
denunciadla a los astros.
Cuando un corzo se beba la libertad y el bosque,
atadlo como a un perro.
Si hay algún pez que aprendiera a vivir sin el agua,
negadle orilla y tierra.
Si el alba se deslumbra de claridad alada,
clavad las hojas verdes de la noche en sus ojos.
Si hay un hombre que tiene
su corazón de viento,
llenádselo de piedras
y hundidle la rodilla sobre el pecho.
MARCOS ANA
Poemas de la prisión y la vida.
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