Ésta es la historia de un hombre cualquiera
que, una tarde marchita de domingo,
pegado al transistor sufre y espera
que den el resultado del partido.
Suena un tango que aflora entre las equis,
los unos y los doses traicioneros
del equipo local que, con más clase,
sin embargo ha perdido, demoliendo
tanta terca ilusión, dinamitando
tantas torres de naipes, tantos sueños
del quinielista pobre que tendrá
que volver a la fábrica de nuevo
el lunes a las ocho, como cada
semana, renunciando de momento
a la entrada del piso y a la boda
por culpa de un balón y de un portero,
de un penalti cabrón y de un defensa,
por culpa de un maldito delantero.
Desengaños
que asaltan las murallas del invierno
cuando se va la tarde del domingo
y no le queda al hombre más consuelo
que esperar el vaivén de la fortuna,
rescatar del baúl el traje nuevo,
ir con la novia al cine, donde explora
con inútil pasión sus blandos senos
y, mientras, Marlon Brando en la pantalla
baila un tango en París, vuelve el recuerdo
del árbitro traidor..... ¿ cómo es posible
que un penalti deshaga tantos sueños ?
Y a las ocho
se acostarán, por fin, en aquel viejo
cuartucho de pensión, la misma cama
de la manta amarilla, el mismo miedo
a manchar el colchón donde abandonan
arrugados los últimos esfuerzos
de la tarde marchita de domingo,
que abre la oscura puerta del silencio
como una mano blanda y taciturna,
cuando los verdes dedos del invierno
hayan ido cerrándose cansados,
sucios, ajados, turbios, polvorientos,
hasta llenar de frío las papeleras
donde agoniza el corazón del tiempo.
JOAQUÍN SABINA
Inventario 1978