Como perros que avistan a su dueño
mis ojos van hacia tí gozosos,
y con hondos ladridos, cautelosos,
te recomen el viento con empeño.
Tristes lenguas de luz -húmedo ensueño-
abriéndose te cercan, y golosos
van de tus pies lamiendo querenciosos
a esa herida de sombra que es tu ceño.
No conocen mi voz ni mi silbido.
Sólo atienden tu silbo silencioso
y el mudo movimiento de tu mano.
Amante sin amor. Tan sometido
a tí, tan fiel, tan tristemente odioso
que me humillo y me siento más humano.
MARCOS ANA
Poemas de la prisión y la vida.
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