Me trajo a puñados el cielo,
dejó que mis sienes se secaran y luego me cubrió los hombros,
su barbilla desgastó ternura en el hueco de mi cuello,
solo vino a quitarme el frío,
después de curarme el desencanto, no me dí la vuelta.
Trescientos días y no le olvido.
Cuando me quedo mirando un punto fijo,
a veces es que viajo a su lado,
cuando veo a los pájaros cruzar por mi ventana,
imagino que van a su encuentro,
y cuando algún atardecer se torna poderoso,
lo imagino contemplándolo también,
con su cigarrillo de liar y su cerveza bien fría.
Aquellas noches me contaba más de las estrellas que de nadie,
desde el sur de los sentidos más puros,
las vísceras que rechazaba en ese momento.
Yo no fui ni la mitad de pura, ni la mitad de fuerte,
ni mi mente el agua fresca que llevarse a la boca,
mis brazos débiles troncos de arena,
a los que nadie recomienda agarrarse.
Fue sur, y fue lo que ahora deseo,
la orilla de todo el que buscaba horizonte,
pero yo no pude verlo, y tanto fue así
que me despedí de espaldas.
VANESA MARTÍN
Mujer Océano
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