Por primera vez han sustituido
el espejo por los espectadores.
Sonríen al aire, a la nada,
a su propio templor de principiantes,
con la sonrisa obligada.
Como los enamorados iniciales;
como tú y yo cuando nos enamoramos
cada uno de sí mismo en el otro.
El abanico y el pañuelo
son su efímero apoyo.
Andróginas y débiles,
omnipotentes gesticulan
y atraen, atraídas tan sólo por su ritmo.
No saben aún qué caricias
las estremecerán. Son como el agua
que nadie ha bebido todavía,
y en sí misma se goza
con el vago y remoto
presentimiento de una sed.
ANTONIO GALA
Poemas de amor.
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