A SU LENCERÍA
Sobre el tesoro tú, cándido amante,
tu avaricia blanquísima despliegas,
y, envidiosa nube, altivo niegas
al deseo su centro deslumbrante.
Cuándo será que, en gracia de un instante,
queden, vidente amor, sus ansias ciegas,
y de la vid en las hermosas vegas
libres racimo y gloria penetrante.
Oh feliz ser, oh velo del recinto
en que la vida tiembla y se acobarda,
desfallece la mar, se yergue el fuego.
Todo es igual y todo ya distinto:
el dulce arquero que tu luna guarda
con su rayo me hiera, y muera luego.
ANTONIO GALA
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