Dos pájaros me están enamorando,
por la audición, el alma con el pío:
uno en la juncia blanca, junto al río,
y otro en la rama, lejos de lo blando.
Hacia los dos mis devociones mando:
ni a uno me vuelvo ni a otro me desvío,
y entre los dos se encuentra mi albedrío
por los dos fervoroso suspirando.
¡Ay, que solicitud! Silban a dúo,
éste a la zurda, aquél a la derecha
sobre una paz festiva de domingo.
Y yo a ninguno de ambos exceptúo
de mi atención que, duplicada, acecha,
y el pájaro mejor, ¡ay!, no distingo.
El silbo del dale
MIGUEL HERNÁNDEZ
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