Anochecer en Coney Island
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Las puertas de pedernal donde sed pudren nublos y postres.
La mujer gorda venía delante con las gentes de los barcos,
de las tabernas y de los jardines.
El vómito agitaba delicadamente sus tambores entre algunas niñas de
sangre que pedían protección a la luna.
¡Ay de mi! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!
Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,
esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol
y despide barcos increíbles por las anémonas de los muelles.
Me defiendo con esta mirada que mana de las ondas por donde el alba no se atreve.
Yo, poeta sin brazos, perdido entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte los espesos musgos de mis sienes.
Pero la mujer gorda seguía delante y la gente buscaba las farmacias
donde el amargo trópico se fija.
Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes
la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.
New York, 29 de diciembre de 1929
FEDERICO GARCÍA LORCA
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