La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul.
ESPRONCEDA
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Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!
En mi pañuelo he sentido el tris
de la primera vena que se rompe.
Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,
ya que yo tengo que entregar mi rostro,
mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!
Este fuego casto para mi deseo,
esta confusión por anhelo de equilibrio,
este inocente dolor de pólvora en mis ojos,
aliviará la angustia de otro corazón devorado por las nebulosas.
No nos salva la gente de las zapaterías,
ni los paisajes que se hacen música al encontrar las llaves oxidadas.
Son mentira los aires. Sólo existe una cunita en el desván
que recuerda todas las cosas.
Y la luna.
Pero no la luna.
Los insectos, los insectos solos,
crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados, y la luna
con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.
¡¡La Luna!!
FEDERICO GARCÍA LORCA
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