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Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!,
comí naranjas podridas, papeles viejos, palomares
vacíos,
y encontré mi cuerpecito comido por las ratas,
en el fondo del aljibe y con las cabelleras de los
locos.
Mi traje de marinero
no estaba empapado con el aceite de las ballenas,
pero tenía la eternidad vulnerable de las
fotografías.
Ahogado, sí, bien ahogado. Duerme, hijito mío,
duerme.
Niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa
herida.
FEDERICO GARCÍA LORCA
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