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Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de la calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
FEDERICO GARCÍA LORCA
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