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Los ruidos de la carne
ahogan los dulces trinos.
Las rosas aficionan
al desabrido sitio.
El cuerpo dice: ¡dame!
El alma: ¡acepta, hijo!
El ruy-señor evita
pecados y suicidios.
El fruto los fomenta.
¡Aviso sobre aviso!
¿Alteración? ¡Quietud!
amartela mi espíritu....
Con sus nube veniales,
un cielo campesino,
sin árbol malicioso
ni montes sensitivos.
Ni un libro ni una cosa.
Un río, sólo un río,
¡tan puro! que ni manchen
las espumas: divino
por infición de altos
sin mancha concebidos.
MIGUEL HERNÁNDEZ 💓💛💜
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